viernes, 23 de mayo de 2014

LA COMIDA Y EL DIFÍCIL EQUILIBRIO

Llevo ya tiempo con este post atascado en la cocina. Y nunca mejor dicho en la cocina, porque se trata de L. y su alimentación, el gran reto que se nos plantea a los dos, es más, a los tres. Porque al principio la comida de L. era cosa mía, pero ahora ya su padre es uno más en las disquisiciones alimentarias.

La alimentación de un bebé es una tarea de lo más complicada, a no ser que tengas un glotón por hijo. Pero si te pasa como a mí, que L. nació chef y de la nueva cocina, esa en la que se come en platos minúsculos; entonces esta entrada te interesa, o al menos eso espero.

L. ya daba muestras de ser todo un sibarita desde que tomaba pecho, porque tenía etapas de comer solo cinco minutos, para mi preocupación. Pero entonces era plato único y él se regulaba a sí mismo, así que yo no tenía mucho que hacer. Ahora bien, llegaron los 6 meses y empezó el campeonato de salto de altura: cuando ya has conseguido llegar a un punto (que lo tuyo te ha costado), debes saltar un poco más alto: las papillas de cereales, de verduras, de fruta, los trocitos... así hasta que coma de todo. Esto es, me supongo yo, a los 18 años.

Empezar con las papillas fue toda una guerra de mejunjes que acababan en la pila. Hasta que me di cuenta de que el salao de L. prefería la papilla con gluten, aunque solo fuese una cucharadita. Entonces empezó a devorar las papillas, eso sí, dejando el pecho arrinconado (y menos mal, porque si no me hace el favor, lo mismo no lo cuento).

Entonces tomaba bien la papilla de frutas y los purés de verduras le costaron un montón. Ahora no los toma más que en la guarde (la odio y la amo a partes iguales), porque en casa ha decidido que solo potitos, que mis purés no están a la altura de su paladar; y la fruta, que en fin de semana no hay necesidad.

Y para terminar de enredar esta madeja alimentaria, están los pediatras y enfermeras. Tengo que decir que sé que nos intentan guiar, apoyar y acompañar. Pero a veces el resultado es que los padres nos volvemos como pollos sin cabeza, intentando cumplir sus recomendaciones. Cuando ya parece que hay un sistema que funciona, te dicen: no, mejor verdura. Y hala, a cambiar los trocitos que ya comía solo, por potitos, que llevan verdura (como ya he dicho, del puré casero, pasa). Pero luego vuelves al médico y otra vez: no, mejor que coma trocitos. O, lo que le pasó a una amiga mía, cuando la única comida que come mejor es el desayuno, con su magnífico biberón con cereales, te dicen: ya va siendo mayor para biberón, intenta variar el desayuno.

Llegados a este punto, me planteo escuchar, apuntar para el futuro e ir aplicando poco a poco cada consejo, sin intentar cambiar del biberón a las tostadas de un día para otro (o de una semana para otra, o de un mes para otro...). Cada cambio necesita su tiempo y del consentimiento del enano, que son enanos, pero no tontos.

Siguiendo con el tema que nos trae... Ayer estuvimos en la reunión de la guardería, en la que te ponen un video de cómo es el día en la guarde ahora, a final de curso. Y ahí estaba mi L., comiendo solito, con su cuchara, la fruta, la verdura, el arroz con tomate... vamos, que como todos los niños, L. se transforma en una versión mejorada del L. en la guarde, una especie de súper L.

Así que de vuelta a casa le pongo pasta con tomate y jamoncito, a ver si me enseña esa faceta suya escondida... pero no, hace catapulta con la cuchara y consigue que su padre tenga tomate hasta en el pelo. Cuando ya se desespera, porque realmente tiene hambre, busca un plato alternativo (error de principiante en el que hemos caído) y, al no verlo, se echa a llorar de desesperación y consiente en tomar un poco del jamón ese manchado de rojo que es lo único que puede identificar como comestible. Su padre y yo nos comemos el resto de la pasta y él se acaba su biberón de 300 muerto de sueño y con los ojos cerrados... demasiada batalla para las horas que eran.

¿Conclusiones? Tener paciencia, ser más cabezota que él a la hora de ir proponiéndole cosas nuevas, no ofrecerle platos alternativos (esto es de manual, lo sé) y los cambios de a poquitos... cosas lógicas que pasan por la más importante: L. tiene su propia forma de afrontar la comida y lleva siendo así desde que nació, así que hay que contar con ello. Y eso sí, viendo el video de la guardería, me planteo que hay que ponerles un poco más alto el listón, para que ellos se esfuercen por llegar; pero con la paciencia de respetar que no lo quieran saltar o que todavía no lleguen.

En fin, difícil equilibrio.