miércoles, 6 de agosto de 2014

EL SÍNDROME DE DAMOCLES

A todo se le acaba poniendo un nombre, incluso a los sentimientos más lógicos y normales que podamos tener. En el caso del cáncer, en el caso del miedo a que vuelva, a despertarnos otra vez en la casilla de salida, se llama "síndrome de Damocles".
Es común que el paciente de cáncer sienta de nuevo miedo, como una espada pendiendo de un hilo sobre su cabeza, si a alguien de su entorno le es diagnosticada la enfermedad o si se acercan revisiones o pruebas médicas.
En mi caso, algo de cada ha habido (gracias a Dios, ha sido solo un poquito), pero lo suficiente como para sumergirme en mis cavilaciones sobre mí, sobre mi vida, sobre mi miedo a que L. no pueda contar conmigo para crecer. Quizás este último punto es el que más me ha aterrado. Aunque se pueda pensar que un hijo es la mayor de las energías para salir adelante (que lo es), también es el mayor de los terrores: que tu hijo viva en carne propia el destino del pobre Bambi.
¿El resultado? Mucho mal humor, muchas dudas, muy poco disfrutar de lo más bello de la vida... en fin, un ciclo del que es difícil salir.
Hasta que ayer, sentada en Urgencias por un dolor en el abdomen al que no sabíamos poner nombre, recibí el mensaje alto y claro de un sabio doctor: "¡Levántate inmediatamente de ahí y vete a disfrutar de la tarde!". Era el resorte que necesitaba para salir de mi neblina oscura y comenzar a creer en mí misma y en mi cuerpo.
Aún así, no creáis, no fue fácil. Aunque P. me animara, yo seguía con un nudo en el estómago, atado a todas las salas de espera que me habían tocado esa mañana (y no habían sido pocas).
Hasta que llegué a casa. L. dormía en su cuna (en su cuarto, ese es otro maravilloso post que os debo), hasta que en un momento dado se despertó y lo cogí.
Entonces sentí su cuerpecito contra mi piel, le abracé como lo llevo haciendo desde que nació, me di cuenta de lo que había crecido desde entonces y volví a anclarme a la vida; o él me ancló a la mía. Ya no sé...
El caso es que han vuelto las energías, han desaparecido las nubes y el horizonte parece por fin despejado. Y el miedo... bueno, no sé si mañana volverá, porque a veces el miedo es tan insistente que parece más real que la vida misma. Ahora sé más de la muerte que al principio, aunque ese conocimiento me sirve más como experiencia que como herramienta para mi día a día. La muerte está ahí, es una certeza ahora, pero no me sirve para vivir, al menos no para mirar a la cara a cada día y a cada uno de los que me quieren.


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